
Algunas veces, cuando te compras un libro y ni siquiera le has quitado las solapas promocionales, ya sabes de sobra que lo vas a disfrutar a lo grande, porque notas el cosquilleo en el estómago y porque su olor a nuevo contrasta con tus ganas de devorarlo.
Suelo tener esa sensación con mis autores predilectos: Mañas, José Ángel; Etxebarría, Lucía; Newman, Andrés; Pérez Reverte, Arturo; Martín Garzo, Gustavo y Grandes, Almudena. Ya sé que no soy muy original, y que es muy fácil decantarse por algunos de los autores que más libros venden en este país, pero lo cierto es que son mis favoritos. También leo otras cosas, muchas intrascendentes, literatura para pasar el rato, y algunos libros de autores que empiezan a andar el camino, pero cuando cae en mis manos uno de los míos, sé que se avecinan días de dormir poco y levantarme con ganas temprano, porque me esperan momentos de ávida lectura antes de acostarme y antes, también, de ir a trabajar.
'El Corazón Helado' es una de esas novelas que narra historias del presente y del pasado, con un nexo común, que se va haciendo evidente a medida que avanza la prosa y que explota en el desenlace. Es una novela escrita con mucha fuerza, con mucha pasión, y mucho esmero también, y que tiene algunos capítulos sublimes. Aún no he descubierto lo que me depara su final, pero ya me ha robado el alma.
Es muy fácil echar una lagrimilla cuando leemos textos que nos atañen en primera, en segunda o en tercera persona. Pero son pocos los textos ajenos a nosotros mismos, y a nuestro entorno, que consiguen extraernos lágrimas llenas y berrinches propios de la infancia, con hipo y todo. Eso me ocurrió ayer tarde mientras avanzaba por las vidas de Raquel Fernández Perea y Álvaro Carrión y constataba lo miserables que podemos llegar a ser las personas y lo grande que puede ser el amor que nos une.
En un punto de la novela, un hijo de exhiliados franceses llega a la España de los años 60 de viaje de estudios y se queda atrapado por el cante hondo de una copla flamenca, granaina, que decía: Persiguiendo una cosa, parece un mundo, y una vez que se tiene, es sólo humo... Y tuve la sensación, que me persigue en muchas ocasiones, de que algunas veces el círculo se cierra, y como continúa Jota en "Deseando una cosa" (La leyenda del espacio, Los Planetas 2007): lo que te hayas ganado, lo que sea tuyo, no lo dejes perderse en un minuto.
Tres años son muchos minutos buenos. Muchos tequieros.
Suelo tener esa sensación con mis autores predilectos: Mañas, José Ángel; Etxebarría, Lucía; Newman, Andrés; Pérez Reverte, Arturo; Martín Garzo, Gustavo y Grandes, Almudena. Ya sé que no soy muy original, y que es muy fácil decantarse por algunos de los autores que más libros venden en este país, pero lo cierto es que son mis favoritos. También leo otras cosas, muchas intrascendentes, literatura para pasar el rato, y algunos libros de autores que empiezan a andar el camino, pero cuando cae en mis manos uno de los míos, sé que se avecinan días de dormir poco y levantarme con ganas temprano, porque me esperan momentos de ávida lectura antes de acostarme y antes, también, de ir a trabajar.
'El Corazón Helado' es una de esas novelas que narra historias del presente y del pasado, con un nexo común, que se va haciendo evidente a medida que avanza la prosa y que explota en el desenlace. Es una novela escrita con mucha fuerza, con mucha pasión, y mucho esmero también, y que tiene algunos capítulos sublimes. Aún no he descubierto lo que me depara su final, pero ya me ha robado el alma.
Es muy fácil echar una lagrimilla cuando leemos textos que nos atañen en primera, en segunda o en tercera persona. Pero son pocos los textos ajenos a nosotros mismos, y a nuestro entorno, que consiguen extraernos lágrimas llenas y berrinches propios de la infancia, con hipo y todo. Eso me ocurrió ayer tarde mientras avanzaba por las vidas de Raquel Fernández Perea y Álvaro Carrión y constataba lo miserables que podemos llegar a ser las personas y lo grande que puede ser el amor que nos une.
En un punto de la novela, un hijo de exhiliados franceses llega a la España de los años 60 de viaje de estudios y se queda atrapado por el cante hondo de una copla flamenca, granaina, que decía: Persiguiendo una cosa, parece un mundo, y una vez que se tiene, es sólo humo... Y tuve la sensación, que me persigue en muchas ocasiones, de que algunas veces el círculo se cierra, y como continúa Jota en "Deseando una cosa" (La leyenda del espacio, Los Planetas 2007): lo que te hayas ganado, lo que sea tuyo, no lo dejes perderse en un minuto.
Tres años son muchos minutos buenos. Muchos tequieros.
Por todos y cada uno de esos momentos, hasta por los menos buenos. Y para que la ilusión perdure.
Y para que nunca se nos quede el corazón helado.